Pionero en la fundación del Departamento de Antropología del Táchira
Un 13 de septiembre de 1943, en el pueblo de Palmira, nace Sixto Guerrero, quien siempre manifestó entusiasmo al posarse en un par de piedras majestuosas del tamaño de un carro, ubicadas cerca de su casa .
Desde muy niño Guerrero expresaba su instinto arqueológico, pues con gran entusiasmo solía buscar piedras planas, sobre las que realizaba dibujos que posteriormente pintaba.
Nunca recibió educación académica de la antropología. “Siempre estudié por mi cuenta. Yo no tenía quien me guiara hasta que llegó Reina Durán. A mi me gustaba mucho investigar. Yo investigué, investigué e investigué, hasta que hallé las primeras piezas arcaicas en Santa Ana del Táchira, específicamente en la Blanquita, Cacesín y San Joaquín”, destacó Guerrero.
Un 13 de septiembre de 1943, en el pueblo de Palmira, nace Sixto Guerrero, quien siempre manifestó entusiasmo al posarse en un par de piedras majestuosas del tamaño de un carro, ubicadas cerca de su casa .
Desde muy niño Guerrero expresaba su instinto arqueológico, pues con gran entusiasmo solía buscar piedras planas, sobre las que realizaba dibujos que posteriormente pintaba.
Nunca recibió educación académica de la antropología. “Siempre estudié por mi cuenta. Yo no tenía quien me guiara hasta que llegó Reina Durán. A mi me gustaba mucho investigar. Yo investigué, investigué e investigué, hasta que hallé las primeras piezas arcaicas en Santa Ana del Táchira, específicamente en la Blanquita, Cacesín y San Joaquín”, destacó Guerrero.
Uno de los primeros libros que leyó el ingenioso tachirense, fue “Los tesoros ocultos, en el que se comenta que cuando una gallina culeca pone pollos amarillos, es una señal de que en ese terreno hay algo enterrado, ya sean tesoros o rastros arqueológicos” expresó.
En su juventud pasó algo que marcó su existencia. “En donde mi papá vivía, había una luz que corría en la pared de lado a lado; todos la veían pero nadie le encontraba alguna explicación”.
Un día, sin pensar mucho se dirigió a su madre y pidió una camándula. “A donde va muchacho” replicó la doña. El curioso adolescente no le prestó atención, tomó agua vendita y se dirigió a la pared en donde desde hacía tiempo se vislumbraba el resplandor, con la diferencia que en este caso “yo vi donde se metió”.
Con las herramientas necesarias, empezó a aporrear el muro de adobe hasta el punto en el que halló un hacha. Alega que si la persona entierra una pieza metálica y no la extrae antes de morir, la energía queda allí hasta que no se libere.
De educador a arqueólogo
De educador a arqueólogo
En 1975, por órdenes del gobernador del estado Táchira, Luis Enrique Mogollón, Guerrero fue designado a estudiar Educación Pedagógica para Adultos en Rubio. Posteriormente, cuan si fuera hormiga, trabajó como secretario de oficina, animador y diseñador gráfico de la programación educativa en Santa Ana.
Un día, el licenciado Luis Eduardo Hernández Carrillo, director de Cultura y Bellas Artes para la época, le propuso laborar en el Departamento de Antropología que se estaba creando, bajo la coordinación de Reina Durán.
“Lo primero que le dije a Reina como su asistente fue: cuando a usted le den un café y no se lo vaya a tomar, no lo devuelva, recíbalo que luego yo me lo tomo, porque o si no, más nunca la atienden allí”, ostentó Guerrero añorando con una sonrisa en su rostro esos tiempos.
Génesis arqueológico tachirense
El trabajo comenzó en Capacho, con la fase de prospección en la Laguna Los Capachos, “comenzamos a buscar alrededor de la misma, allí encontramos gran cantidad de caracoles y algunos restos”. Guerrero cuenta que cuando alguien moría los indígenas; primero enterraban el cuerpo en posición fetal u horizontal y segundo, agarraban todas sus pertenencias y las lanzaban al agua.
“Lo primero que le dije a Reina como su asistente fue: cuando a usted le den un café y no se lo vaya a tomar, no lo devuelva, recíbalo que luego yo me lo tomo, porque o si no, más nunca la atienden allí”, ostentó Guerrero añorando con una sonrisa en su rostro esos tiempos.
Génesis arqueológico tachirense
El trabajo comenzó en Capacho, con la fase de prospección en la Laguna Los Capachos, “comenzamos a buscar alrededor de la misma, allí encontramos gran cantidad de caracoles y algunos restos”. Guerrero cuenta que cuando alguien moría los indígenas; primero enterraban el cuerpo en posición fetal u horizontal y segundo, agarraban todas sus pertenencias y las lanzaban al agua.
La posición en que el difunto era enterrado obedece a los diversos mitos y rituales fúnebres que las tribus andinas solían practicar; como por ejemplo, la elaboración de las tumbas en forma de L, para evitar que la piedra que cubría el sepulcro maltratara al cuerpo.
Luego de 22 días de expedición arqueológica, en El Ceibal- Peribeca, en 1988, por órdenes de la antropóloga, debían continuar a otro sitio, pues no encontraron nada. “Le pedí a Reina que me dejara sólo por un momento y que me buscaran al cabo de un rato”, relató Guerrero.
Analizando la situación y tratando de buscar una estrategia para comenzar una excavación valiosa, “me senté en una piedra y una vez convencido del lugar en donde pudiese haber una señal indígena, realicé todo el ritual de una exploración. Armé las cuatro estacas y me dispuse echar pala hasta que luego de bajar 1.80 metros de profundidad, encontré tres vasijas seguidas”.
Analizando la situación y tratando de buscar una estrategia para comenzar una excavación valiosa, “me senté en una piedra y una vez convencido del lugar en donde pudiese haber una señal indígena, realicé todo el ritual de una exploración. Armé las cuatro estacas y me dispuse echar pala hasta que luego de bajar 1.80 metros de profundidad, encontré tres vasijas seguidas”.
El arqueólogo empírico comenta que “dentro de los recipientes habían residuos de comida, pues la población indígena pensaba que cuando el individuo moría, se trasladaba a otro mundo y por ende debían llevar el avivo”.
Aunque no se precisó más nada, por el momento, Guerrero continuaba con la inquietud que no le permitía abandonar el territorio. “Estoy seguro de que ahí hay algo más” le expresó a la antropóloga Durán. “Es más, vamos hacer una apuesta, déjeme un par de obreros porque los voy a necesitar para la excavación”.
Aunque no se precisó más nada, por el momento, Guerrero continuaba con la inquietud que no le permitía abandonar el territorio. “Estoy seguro de que ahí hay algo más” le expresó a la antropóloga Durán. “Es más, vamos hacer una apuesta, déjeme un par de obreros porque los voy a necesitar para la excavación”.
“Con una mandarria, la porra, el cincel y la ayuda de uno de los colaboradores, comenzamos a explorar la tierra, hasta que encontramos una laja”. Mas esa piedra no estaba vencida, “era un piso de 30 centímetros de espesor, construido por los indios”. Luego de fragmentarlo, encontraron restos de individuos sentados con los brazos cruzados, sobre piedras y a su alrededor finas vasijas y mollas” expresó Guerrero.
Con la emoción que le produjo el hallazgo del cementerio indígena, el arqueólogo se esmeró en arreglar un collar con 50.000 cuentas provistas allí. Manifiesta que los tres alfiles, como acostumbra a denominarlos, o azabaches negros que están en el Museo Regional del Táchira, fueron extraídos de este camposanto.
Esta fue una de las anécdotas más resaltantes en la vida como arqueólogo del tachirense Sixto Guerrero. “Reina no salía del asombro, pero de igual forma cumplió con el premio de la apuesta: un sancocho y una caja de cerveza”, manifestó entre risas y regocijo.
Aunado a ello, hace como tres años, cerca de Las Minas de Lobatera, “una familia me buscó para que les cuidara la finca. Empecé a recorrer los potreros planos en bestia, cuando de repente al pie de un árbol me encontré una pireta o metate, empleado por los indios para moler” exclamó Guerrero.
Esta fue una de las anécdotas más resaltantes en la vida como arqueólogo del tachirense Sixto Guerrero. “Reina no salía del asombro, pero de igual forma cumplió con el premio de la apuesta: un sancocho y una caja de cerveza”, manifestó entre risas y regocijo.
Aunado a ello, hace como tres años, cerca de Las Minas de Lobatera, “una familia me buscó para que les cuidara la finca. Empecé a recorrer los potreros planos en bestia, cuando de repente al pie de un árbol me encontré una pireta o metate, empleado por los indios para moler” exclamó Guerrero.
Lo que pensó en el momento, fue que “si aquí está ésta piedra, deben haber más”, comenzó con una machetilla y pico a excavar. Al finalizar la misión, a su alrededor se hallaban siete piezas similares, de las cuales dos, eran empleadas por los indígenas para sacar candela; éstas tienen en la superficie tienen un orificio, en el que se introducía un palo fino y con el frote continuo se producía la llama.
Guerrero asevera que la clave del éxito en una investigación es la constancia, perseverancia y convicción de que “encontrar cualquier pieza empleada por los indígenas, es una señal de que una comunidad aborigen habitó el lugar y por ende los restos hay que localizados”.
Relatos de Palmira
Guerrero dice tener algunas monedas de cobre, extraídas de la superficie en donde anteriormente quedaba el Samán de Palmira. Así mismo, afirma que hay un muro subterráneo extenso, que probablemente haya sido construído por los colonizadores españoles que se asentaron allí, luego de derrotar a los indios.
Guerrero asevera que la clave del éxito en una investigación es la constancia, perseverancia y convicción de que “encontrar cualquier pieza empleada por los indígenas, es una señal de que una comunidad aborigen habitó el lugar y por ende los restos hay que localizados”.
Relatos de Palmira
Guerrero dice tener algunas monedas de cobre, extraídas de la superficie en donde anteriormente quedaba el Samán de Palmira. Así mismo, afirma que hay un muro subterráneo extenso, que probablemente haya sido construído por los colonizadores españoles que se asentaron allí, luego de derrotar a los indios.
El fervor arqueológico de Sixto Guerrero, ha influido en la identidad del tachirense, pues debido a su contribución en las investigaciones llevadas a cabo en el Departamento Antropológico del Táchira, se han podido conocer gran parte de las diversas culturas indígenas que habitaron en el territorio durante la época Colonial.
Creación arcaica
En vista del aplomo y disfrute de Guerrero en la región, el Departamento de Antropología del Táchira lo envió a un Seminario de Restauración y Conservación del Patrimonio Cultural, en Quibor, por un período de tres meses. De retorno al país, dictó durante cuatro años cursos en el INCE de lo aprendido.
“Entre las piezas en cerámica que elaboré, se encuentra un jarrón con arcilla morada, áforas y un ídolo”. Para su elaboración empleaba diversos óxidos vegetales, extraídos de una meoda, pieza arcaica encontrada en una de sus investigaciones. Al romperla, en su interior había 15 kilos de óxido natural.
De igual forma, Guerrero extrajo de las petrificaciones de los árboles otros elementos, para evitar la compra de sustancias artificiales en el dominio del arte precolombino.
Hoy día, con un suspiro y tristeza en su mirada, el abnegado Sixto Guerrero expone que fueron muchos los conflictos familiares que influyeron en el abandono del compromiso arqueológico en la región. La muerte de cinco hermanos y la ruptura de su hogar por diversas razones, fueron causas suficientes para que el delirio por la excavación manifestada por Guerrero disminuyera con el correr de los años.
Hombre emprendedor
Reina Durán, directora del Departamento de Antropología del estado Táchira, confiesa haber conocido a Sixto en 1976. “Cuando él supo que yo iba a trabajar allí se ofreció a ayudarme. Siempre fue una persona muy colaboradora que me enseñó la idiosincrasia del tachirense y a comunicarme con los campesinos”.
“Es una persona muy inteligente, creativa, emotiva, habladora y emprendedora, que siempre tiene una solución ante cualquier situación”, manifestó Durán.
En una oportunidad, “yo por echarle broma, compre unas monedas doradas, las enterré por allá en un hueco y cuando el vio lo que se vislumbraba en el sub suelo, lleno de alegría, empezó a gritar. No obstante, el regocijo duró poco, pues después de un rato se dio cuanta que las monedas eran de chocolate. (Johana Flórez)
Creación arcaica
En vista del aplomo y disfrute de Guerrero en la región, el Departamento de Antropología del Táchira lo envió a un Seminario de Restauración y Conservación del Patrimonio Cultural, en Quibor, por un período de tres meses. De retorno al país, dictó durante cuatro años cursos en el INCE de lo aprendido.
“Entre las piezas en cerámica que elaboré, se encuentra un jarrón con arcilla morada, áforas y un ídolo”. Para su elaboración empleaba diversos óxidos vegetales, extraídos de una meoda, pieza arcaica encontrada en una de sus investigaciones. Al romperla, en su interior había 15 kilos de óxido natural.
De igual forma, Guerrero extrajo de las petrificaciones de los árboles otros elementos, para evitar la compra de sustancias artificiales en el dominio del arte precolombino.
Hoy día, con un suspiro y tristeza en su mirada, el abnegado Sixto Guerrero expone que fueron muchos los conflictos familiares que influyeron en el abandono del compromiso arqueológico en la región. La muerte de cinco hermanos y la ruptura de su hogar por diversas razones, fueron causas suficientes para que el delirio por la excavación manifestada por Guerrero disminuyera con el correr de los años.
Hombre emprendedor
Reina Durán, directora del Departamento de Antropología del estado Táchira, confiesa haber conocido a Sixto en 1976. “Cuando él supo que yo iba a trabajar allí se ofreció a ayudarme. Siempre fue una persona muy colaboradora que me enseñó la idiosincrasia del tachirense y a comunicarme con los campesinos”.
“Es una persona muy inteligente, creativa, emotiva, habladora y emprendedora, que siempre tiene una solución ante cualquier situación”, manifestó Durán.
En una oportunidad, “yo por echarle broma, compre unas monedas doradas, las enterré por allá en un hueco y cuando el vio lo que se vislumbraba en el sub suelo, lleno de alegría, empezó a gritar. No obstante, el regocijo duró poco, pues después de un rato se dio cuanta que las monedas eran de chocolate. (Johana Flórez)
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