Ruinas de la Hacienda Villeguitas en Turmero
Fuente:http://historiografias.blogspot.com/search/label/Hacienda%20Villegas Alberto Hernandez 18 de abril de 2011
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Adriana Blanco Uribe se pasea por el Oratorio de Nuestra Señora de Dolores.
De aquellos tiempos, los muros dolientes, agarrados y sostenidos por una
vegetación quejosa.
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Las ruinas permanecen ante los ojos de estos tiempos modernos, ajados por la
desidia y el olvido.
El sol recoge las
cicatrices de las paredes. Montones de tiempo en tejas y adobes escondidos entre
bejucos y tristeza acumulada.
Se advierte entre los
escombros el paseo lento de Nuestra Señora de Dolores, semidesnuda, heridos sus
pies y roto el traje por espinas y mordiscos de la intemperie.
Un poco antes de saber
de Turmero, a cortas leguas del sudor de bestias y arreos, la Hacienda Villegas
tentaba un río. Por allí desnucaban las noches y los ruidos de metales nunca
escuchados.
Un parpadeo incesante se
agolpa en las ruinas de la vieja mansión ubicada entre Maracay y Turmero. Aún de
día el susurro de dama antañona, entre rezos y caídas de hojas y ramas de los
grandes árboles.
Del trapiche el olor
fermentado de la caña, la melcocha y el ron, mientras la osadía de las horas
instalaba el vapor de la cocina.
Antes era sólo un samán
y el río pesaroso contra las piedras. Ya era 1593 y se llamó Villegas, por
arcabucero y cristiano.
Después se supo de la
virgen, agregada a la contemplación y demás ajetreos del cacao y otras magias
tropicales. Extendido en el patio bajo el sol acérrimo, dorado por las manos
oscuras, recogido con el rocío de todas las mañanas visibles.
La sotana del obispo
Mariano Martí supo de los barrizales, de la horaria y tardía sequedad del polvo.
Venido de Cagua para ofrendar sus preces a quien llamaban señora en pleno campo
de provincia recién revelada.
El 9 de junio de 1781,
el sacerdote recaudador de nombres, historias y paseos cristianos llegó a la
casona de Villegas. “Salimos del pueblo de Cagua a las cinco y media de la
mañana y llegamos al Oratorio de doña Adriana Blanco Uribe en el Sitio de
Villegas, a las seis y media de la misma mañana”.
Un quejido hondo
traspasa las paredes donde aún están los pasos de la virgen. La vestimenta roída
roza los muros cavernosos, invadidos hoy de cigarrones y bandidos. Zárate
aguanta el caballo para saber de esas paredes impenetrables.
Arcos ojivales, las
sombras detenidas, huellas de carretas, oraciones, mientras el olor del cacao se
desprende hacia los montes y asalta la mirada del adobe calado.
Hoy, sin historia, el
Sitio de Villegas es un instante, un reojo de desgano.
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